lunes, 29 de octubre de 2007

El hombre como palimpsesto



Apuntes para una teoría del lenguaje tridimensional (III)

El hombre como palimpsesto

El crítico francés Gérard Genette se refiere con el término palimpsesto a su forma de entender y explicar la “intertextualidad” literaria: cada obra remite a otras que la anteceden, o a las contemporáneas, con las que coincide o contradice.
La palabra palimpsesto se utiliza para designar a un manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior, borrada artificialmente.
Desde el diseño, definir al Hombre como palimpsesto implica comprenderlo en su relación sujeto/entorno, donde convive con la reescritura continua de su gestual representado en los objetos. Por su parte, los objetos en sí mismos son portadores de una intertextualidad continua (o mejor dicho interobjetualidad, a partir del rediseño que permiten las tecnologías): la computadora respecto a la máquina de escribir; el coche, respecto al carruaje; la moto, respecto a la bicicleta; el lavarropas, respecto a las tablas y las cubas de lavado; etc., etc., etc. A su vez, cada objeto sugún su tiempo y la posibilidades tecnológicas, extendieron las facultades del Hombre: plumas, carboncillos, lápices, bolígrafos, maquina de escribir o computadora, han sido medios para extender, por ejemplo, sus facultades mentales, representarlas en un medio físico y transmitirlas.
Un mismo objeto, entre muchas posibilidades, puede ser definido de la siguiente manera:

- Prótesis (completan o extienden el cuerpo)
- Utensilio (del lat. utensilis, útil, necesario – Objeto manual)
- Herramienta (instrumento concreto y específico)
- Artefacto (hecho con arte – Cualquier producto mental)
- Instrumento (lo que sirve de medio para un fin)
- Producto (El resultado convergente de muchos factores)
- Solución (La respuesta a un problema o necesidad planteada)
- Signo (cosa que evoca en el entendimiento la idea de otra: contiene significado y significante)

Cada una de estas definiciones, separadas y en conjunto, suponen una función, una forma, una materialidad, una respectiva aplicación, un determinado valor individual y grupal, su cosificación (la esencia), un modo de ser percibido y una necesidad que suple.
Entender el cuerpo humano como palimpsesto, permite abordar y comprender en forma concreta y diacrónica la interacción sujeto-objeto-entorno, de la misma forma que ocurriría en una malla/red textual (el cambio de una palabra modifica el sentido total de la oración y el texto en general, adaptando el texto al contexto de una época determinada). Los cambios, modificaciones, adaptaciones y desarrollos realizados por el Hombre en el “entorno natural primero” en el “entorno artificial” luego, reestructuran continuamente el significado de “individuo”, haciéndolo legible al nivel gestual. Modificar el gestual del Hombre, a partir del objeto, obligatoriamente implica modificar la relación intrínseca que mantiene el sujeto con su realidad individual y colectiva. La intertextualidad resumida en el Hombre se manifiesta a través del gestual de uso, según las necesidades inherentes y comunes a todos los tiempos, aunque sujetas a la dinámica epocal reflejada en escalas de valores convencionales. La reescritura del cuerpo ocurrió a lo largo de la Historia, y ocurre, a través de adiciones o sustracciones respecto al gestual, en función de su interacción con el contexto.
Jean Baudrilliard, en su libro “El sistema de los objetos”, habla sobre estructuras de ambiente en el mundo moderno, observando en dicho contexto (ambiente moderno) el resumen paradigmático de la “funcionalidad”. Respecto al gestual humano expresa que los ambientes modernos de “colococación y funcionales”, “…obligan a observar una elisión de la energía muscular y del trabajo. Una elisión de las funciones primarias en provecho de las funciones de relación y de cálculo, elisión de las pulsiones en provecho de una “culturalidad”, todos estos procesos tienen como mediación práctica e histórica, al nivel de los objetos, la elisión fundamental del gestual de esfuerzo, el pasaje de un gestual universal de trabajo a un gestual universal de control.”
El esfuerzo como gestual tradicional: la posición relativa de la herramienta o del objeto manual casi no cambia a través de los siglos. Más adelante expresa:
“Sabemos por nuestras experiencias hasta qué punto se debilita la mediación gestual entre el hombre y las cosas: aparatos domésticos, automóviles, gadgets, dispositivos de calefacción, de iluminación, de información, de desplazamiento, todo esto no requiere más que una energía o una intervención mínima. A veces un simple control de la mano o del ojo, jamás una destreza, y cuando mucho un reflejo. Casi tanto como el mundo del trabajo, el mundo doméstico está regido por la regularidad de los gestos de mando o de telemando. El botón, la palanca, la manija, el pedal o nada: mi sola aparición en el caso de la célula fotoeléctrica, sustituyen a la presión, la percusión, el choque, el equilibrio del cuerpo, el volumen y la distribución de las fuerzas, a la habilidad manual (lo que se suele exigir es rapidez). A la prensión de los objetos en que participaba todo el cuerpo la han sustituido el contacto (manos o pies) y el control (mirada, a veces el oído). En pocas palabras, sólo las “extremidades” del hombre participan activamente en el medio ambiente funcional. La abstracción liberadora de las fuentes de energía se expresa, pues, en una abstracción igual de la praxis humana de los objetos. Lo que requiere es menos la práctica neuromuscular que la praxis de un sistema de vigilancia cerebro–sensorial (Naville). Pero no sólo ella: para templar la abstracción absoluta de la acción a distancia resta lo que hemos llamado gestual de control (mano, mirada, etc.). Este gestual mínimo es en cierta manera necesario: sin él toda esta abstracción de poderío perdería su sentido. Es necesario que una participación, por lo menos formal, le asegure al hombre su poderío. A este respecto, podemos afirmar que el gestual de control sigue siendo esencial, no para el buen funcionamiento técnico (una técnica más avanzada podría prescindir de él, y sin duda lo hará), sino para el buen funcionamiento mental del sistema.”

A mi gusto y entender, la mejor forma de comprender el desarrollo diacrónico del gestual humano, fue genialmente resumido y metaforizado por Stanly Kubrick en la película basada sobre un libro de Arthur C. Clarke: “2001 Odisea del Espacio”. Si bien el libro especula con la teoría de que inteligencias externas al Hombre prehistórico fueron las causas que impulsaron el desarrollo del pensamiento y la inteligencia, esto no viene al caso.
Aquello que rescato es lo siguiente: un hipotético Hombre prehistórico descubre la práctica de asir un fémur: su primer “gestual intuitivo”. Ese hipotético Hombre aplicó una capacidad inherente a la anatomía prensil de su mano, y desconociendo toda teoría física sobre la relación que existe entre fuerza multiplicada por el largo y la masa del objeto, ejecutó una acción valiéndose de una herramienta externa a él: golpeó; golpeó la tierra y otros huesos diseminados a su alrededor. Más allá de comprender ejecutó una práctica intuitiva y observó los resultados: causas y efectos.
Ese hipotético Hombre prehistórico, a su vez formaba parte de una horda, y la horda se veía enfrentada a dos problemas: la necesidad vital de beber agua y la imposibilidad de acceder al único espejo de agua en la zona, ya que estaba bajo el poder de una horda semejante a ellos pero más “feroz”. Esta situación obligó a aplicar el descubrimiento y la práctica adquirida en un escenario completamente diferente. El fémur asido y empuñado con firmeza, entonces, cumplió la función de garrote, y la “ferocidad enemiga” se vio eclipsada por el hecho contundente de la muerte violenta. Es decir: a partir de un gestual intuitivo, una necesidad y un obstáculo que bloqueaba su satisfacción, tanto el libro como la película narran el disparo automático de un pensamiento lógico a partir de la práctica y el consecuente desarrollo mental deductivo e inductivo: ese fémur sirvió para golpear la cabeza del macho de la horda enemiga, matarlo y tener el poder sobre el espejo de agua. Aquí la segunda escena que rescato: frente al resultado exitoso por aplicar la práctica unida a una teoría lógica probable, el hipotético Hombre prehistórico, ahora poderoso, arroja violentamente el hueso hacia arriba, el cual se disuelve en una fusión cinematográfica, para transformarse en una nave espacial: del hueso a la nave espacial hay un solo paso signado por lo antes dicho y sobre todo signado por lo que a mi criterio resuelve “La Condición Humana”, que no es la violencia o el odio como normalmente se sostiene; más bien es el miedo y la incapacidad de simbolizarlo, como especto negativo, y la creatividad como aspecto positivo. A la Condición Humana esta subordinado el gestual, y al gestual los “artefactos” entendidos como cualquier producto de la mente. El cabal concepto de individuo que hoy tenemos, no es otra cosa que un resumen diacrónico y sofisticado de ese hipotético Hombre prehistórico que imaginó Arthur C. Clark en su novela. Todos, y cada uno, somos en alguna medida el punto de convergencia de todos los Hombres y toda la Historia.

El desarrollo del gestual

El semiólogo estadounidense Charles Pierce expresa en su ensayo “Facultades atribuidas al hombre” (1868), cuatro puntos: 1) No tenemos capacidad de introspección. Todo conocimiento del mundo interior se deriva del razonamiento hipotético a partir de nuestro conocimiento de los hechos externos. 2) No tenemos capacidad de intuición, sino que toda cognición está determinada por cogniciones previas. 3) No tenemos capacidad de pensar sin signos, y 4) No tenemos una concepción de lo absolutamente incognoscible.
Pierce observa que la intuición no es un hecho espontáneo, como normalmente lo consideramos. Al contrario, la intuición es una premisa cognitiva ajena a la consciencia: una intuición consciente es una cognición inconsciente. Asir, sujetar o empuñar, si o si tuvo que ser el gestual primario del Hombre prehistórico, en función de alimentarse y trasladarse. Es un acto reflejo e instintivo de todo recién nacido, lo cual hace muy fuerte la probabilidad de que los primeros objetos utilizados por el hombre representaran en su tipología dicho gestual prensil.
Es indudable que el desarrollo de los objetos sólo pudo lograrse en una etapa de pensamiento lógico; pero lo más importante del caso es el hecho que trasciende a nivel psicológico: más allá de poder o no simbolizar con palabras sus terrores y mitigar angustias o ansiedades provocadas por el miedo que le causaba el entorno (hostilidades climáticas, bestias salvajes u otras hordas), fue a través de los objetos que logró “liberar tensiones” y dar forma a su entorno inmediato. Para el Hombre prehistórico (Australopitecus?) el objeto representó a su psiquis el primer vehículo funcional de simbolización (antecesor de la palabra) que le permitió modificar su conducta respecto al entorno natural y brindarle una seguridad que antes no tenía. A través del uso de herramientas externas a su cuerpo, alteró inmediatamente su esquema corporal, su conducta, su proyección proxémica, su estructura social de grupo, su esquema motivacional, y básicamente alteró su realidad.
Al igual que un niño recién nacido el primer objeto que controló fue su cuerpo; luego el desarrollo de la motricidad en la bipedación; el tercer paso fue controlar los objetos externos e inanimados y el cuarto paso fue controlar su entorno. En este cuarto paso, es probable que simultáneamente haya desarrollado los principios del habla y mucho más tarde la capacidad de abstraer un lenguaje. Primero se reconoció a si mismo, luego distinguió los elementos de su entorno junto a la posibilidad de utilizarlos y por último operó mentalmente consigo mismo y su mundo exterior.
El "Arte Rupestre", por ejemplo, es una manifestación del Hombre que encierra una probable sospecha y un antecedente. Muchos de estos dibujos narran sobre estrategias y organización grupal para la caza, como así también en épocas posteriores, sobre creencias metafísicas. A grandes rasgos ya delata a un individuo capaz de extender su cuerpo mediante armas o herramientas que multipliquen su fuerza y le garantice con relativo éxito una mayor seguridad ante sus necesidades. También nos hablan de un individuo capaz de abstraer la forma para generar un discurso, y comunicar a su pares alternativas de asecho o huída: tales dibujos son abstracciones proyectuales que narran, quizás, una actividad a ser desarrollada o una situación a tener en cuenta. El desarrollo sofisticado de ese pensamiento, indudablemente es el antecedente de una lógica, que permitió al ser humano transformar la capacidad de abstraer una acción con ideogramas figurativos, a una mera organización de caracteres abstractos (vale pensar en la escritura jeroglífica y escritura hierática). El mundo simbólico, cuyo paradigma es el lenguaje y la escritura, no es otra cosa que la exteriorización del mundo interior desarrollado a través de la interacción perceptual con el entorno. No son los objetos quienes se organizan y se comportan como el lenguaje y sus reglas gramaticales, por el contrario, es el lenguaje y sus reglas el que se estructuró en una etapa de pensamiento abstracto, posterior, de la misma forma en que el Hombre se relacionó con los objetos y su entorno, dentro de un sistemas de diferencias, valiéndose de unas y exceptuando otras; a través de clasificaciones organizativas desde lo genérico a lo particular y viceversa .
Antes que el lenguaje, el hombre manufacturó sus herramientas de caza y protección, afilando piedras, tejiendo y tensando cuerdas o sacándole punta por frote a un hueso. Yuxtapuso diferentes materiales para conseguir un hacha o un arco y una flecha; desarrolló una morfología coherente a “su gestual” y una semántica propia de su entorno (un palo, lo suficientemente largo) para obtener seguridad. Confirió un sentido diferente al objeto natural, lo transformó haciéndolo funcional, otorgándole un lugar específico en su realidad, liberándolo a él de las ataduras hostiles e inclementes que el medio le significaba.




Gonzalo José Bartha

miércoles, 24 de octubre de 2007

Discursos tácitos alrededor de la mesa



Hablar de un objeto como la mesa es representar mentalmente la imagen de familia. De hecho, la mesa familiar es metáfora de la estructura cultural de Occidente en la cual convergen múltiples discursos paradigmáticos. Hablar de la mesa, es hablar de la familia como protocélula social, pese a que el concepto de “familia prototipo” ha cambiado en la práctica de los últimos años del Siglo XX[1] , de la misma forma que han cambiado los usos y costumbres alimenticias.
Un objeto, más allá de su complejidad, representa un signo portador de sentido. Tal sentido como producto, es generado por una secuencia de uso (la interacción sujeto-objeto) e incluye la relación forma-función: la morfología de un objeto proyectado contiene siempre un patrón de conducta inmanente. Si observamos la "mesa familiar", observaremos la representación del arquetipo de un sistema, y el discurso tácito y explícito que contiene.

Uno de los rasgos que caracteriza al ser humano como sujeto cultural es la práctica de conductas higiénicas. En tal caso la ingesta de alimentos y los alimentos en sí son objeto de atención y precaución. Elevar los alimentos sobre un plano de sustentación, separándolos del piso, representa una de las tantas condiciones higiénica adoptadas por el Hombre. Pero la mesa, más allá de cumplir requisitos higiénicos, normativizó el rito de compartirlos.
Claude Levi-Strauss indica que la intención del rito es unir, y ésta idea plantea la regulación de un código abstracto, bajo criterios que el mismo grupo determina como socialmente válidos. Dicho código y criterio, formulados dentro de un contexto, cuentan con términos de referencia enmarcados por un pensamiento definido, donde individuo y familia son sometidos a una dinámica epocal, temporal y discursiva.

En el caso de la tardía arquitectura de casas romanas, se desarrolló un espacio con rigurosa disposición central alrededor de un plano rectangular, para que cada individuo pudiera hablar con cualquiera durante "la cena" y "el banquete". La mesa romana se hallaba rodeada de tres "triclinios"[2] dejando libre un espacio para que los esclavos pudieran servir la comida. Dichos triclinios llevaban nombres: "lectus imus", "lectus medius" y "lectus summua". El lecho preferente era el "triclinium lectus medius", que no tenia otro enfrente. En él se hallaba el sitio de honor, denominado "locus consularis".
Esta discursividad en el rito y el objeto, incorporó (ya de los griegos) un sistema de valores reflejado en la ubicación de los individuos según su autoridad legítima o conferida, al rededor de los alimentos. Dicha costumbre se continuó en las cortes feudales, tras la caída del Imperio Romano y se mantuvo hasta nuestros días: la mesa como contexto del rito, donde no sólo se comparten alimentos; también se comparten experiencias, puntos de vista u opiniones.
Objetivamente, en cuanto a la forma, una mesa rectangular incorpora en su discurso diferencias. De hecho la relación proxémica de aquellos que ocupan la cabecera difiere con la de aquellos que ocupan los laterales. Concretamente, aquel ubicado en la cabecera cuenta con el privilegio de no toparse, mientras come, con ninguna individualidad vecina a sus costados y cuenta con la posibilidad de abarcar con la mirada a todos los comensales.

Jean Baudrillar en su libro "El sistema de los objetos", observa el concepto de objeto moralizante en un producto como la mesa familiar de principios del S. XX. Entenderlo como objeto moralizante es definirlo como portador de una ley, y otorgarle un lugar dentro del sistema discursivo que interactúa con el individuo. Asume un papel de objeto moralizante, ya que en su interacción física con el usuario le comunica una relación de espacios. Cada individuo mantiene una relación sintagmática respecto a los otros individuos. En este sentido, el objeto "mesa", opera como matriz gramatical. Si se trata de una mesa circular, cada individuo equidistará del centro sin diferencias, como se narra en la mítica leyenda de "Los Caballeros de la Mesa Redonda", donde el valor de cada individuo es el mismo. Cada Caballero en la Mesa Redonda contaba con iguales derechos de voz, a diferencia de las largas mesas cortesanas, donde el rey y la reina ocupaban las cabeceras (símbolos de poder) y la corte los laterales.

Lo que expresa Baudrillar al respecto de la mesa familiar, es que tal objeto responde a un discurso burgués; aquel que nació a partir de la revolución mercantílista, desplazó al feudalismo y luego a las monarquías, en el cual a su vez, el macro-contexto de las nuevas ciudades florecientes desplazó al micro-contexto del feudo, donde el verdadero poder se descentralizó y dividió en aquellos con recursos económicos. El concepto de familia como célula social (aunque no existía tal concepto en dicha época), necesitaba que existan diferencias marcadas entre los individuos y sus roles correspondientes en el sistema, el cual incorporaba las nociones de derechos adquiridos por el individuo. Sobre un objeto como la mesa, proyectado con éstas características, los usuarios interactuaban con un discurso tácito, el cual los adoctrinaba bajo determinados criterios. En el gestual de uso se asimilaban reglas que luego serían repetidas en otro contexto y no serian percibidas del todo ajenas.
Según Baudrillar "el sistema entero descansa en el concepto de funcionalidad. Pero funcional no califica de ninguna manera lo que está adaptado al fin, sino, lo que está adaptado a un orden o a un sistema: la funcionalidad es la facultad de integrarse a un conjunto".
Respecto a la mesa donde comemos, a la práctica del rito que significa y más allá del contexto y los términos de referencia que puedan ser utilizados para proyectar una futura conceptualización de tal objeto como representación simbólica de un arquetipo social presente o futuro, creo necesario como requisito tipológico, reconsiderar la capacidad de compartir los alimentos como verdadera manifestación de una virtud, antes que un patrón aprensible; y toda virtud necesita el desarrollo, antes que la normativización. Algo tan sencillo como obligar a sentir o estimular un sentimiento legítimo.


Gonzalo José Bartha


[1]El antiguo concepto de “familia cristiana tipo” (madre, padre, hijos) se vió modificado en su estructura constitutiva; acuñándose términos de familia monoparental (comúnmente madre, hijos bajo un mismo techo) y el de poliparental (madres, tíos, abuelos, hijos bajo un mismo techo).
[2] El triclinio era una estructura de manpostería cubierta por un colchón, almohadones y mantas; el cual servía tanto para descansar como para comer. En Roma, a usanza griega, se adoptó la costumbre de comer recostados sobre el brazo izquierdo con la cabeza hacia la mesa, accediendo a los alimentos con la mano derecha sin necesidad de cubiertos. En cada triclinio podían llegara caber hasta tres personas.