miércoles, 24 de octubre de 2007

Discursos tácitos alrededor de la mesa



Hablar de un objeto como la mesa es representar mentalmente la imagen de familia. De hecho, la mesa familiar es metáfora de la estructura cultural de Occidente en la cual convergen múltiples discursos paradigmáticos. Hablar de la mesa, es hablar de la familia como protocélula social, pese a que el concepto de “familia prototipo” ha cambiado en la práctica de los últimos años del Siglo XX[1] , de la misma forma que han cambiado los usos y costumbres alimenticias.
Un objeto, más allá de su complejidad, representa un signo portador de sentido. Tal sentido como producto, es generado por una secuencia de uso (la interacción sujeto-objeto) e incluye la relación forma-función: la morfología de un objeto proyectado contiene siempre un patrón de conducta inmanente. Si observamos la "mesa familiar", observaremos la representación del arquetipo de un sistema, y el discurso tácito y explícito que contiene.

Uno de los rasgos que caracteriza al ser humano como sujeto cultural es la práctica de conductas higiénicas. En tal caso la ingesta de alimentos y los alimentos en sí son objeto de atención y precaución. Elevar los alimentos sobre un plano de sustentación, separándolos del piso, representa una de las tantas condiciones higiénica adoptadas por el Hombre. Pero la mesa, más allá de cumplir requisitos higiénicos, normativizó el rito de compartirlos.
Claude Levi-Strauss indica que la intención del rito es unir, y ésta idea plantea la regulación de un código abstracto, bajo criterios que el mismo grupo determina como socialmente válidos. Dicho código y criterio, formulados dentro de un contexto, cuentan con términos de referencia enmarcados por un pensamiento definido, donde individuo y familia son sometidos a una dinámica epocal, temporal y discursiva.

En el caso de la tardía arquitectura de casas romanas, se desarrolló un espacio con rigurosa disposición central alrededor de un plano rectangular, para que cada individuo pudiera hablar con cualquiera durante "la cena" y "el banquete". La mesa romana se hallaba rodeada de tres "triclinios"[2] dejando libre un espacio para que los esclavos pudieran servir la comida. Dichos triclinios llevaban nombres: "lectus imus", "lectus medius" y "lectus summua". El lecho preferente era el "triclinium lectus medius", que no tenia otro enfrente. En él se hallaba el sitio de honor, denominado "locus consularis".
Esta discursividad en el rito y el objeto, incorporó (ya de los griegos) un sistema de valores reflejado en la ubicación de los individuos según su autoridad legítima o conferida, al rededor de los alimentos. Dicha costumbre se continuó en las cortes feudales, tras la caída del Imperio Romano y se mantuvo hasta nuestros días: la mesa como contexto del rito, donde no sólo se comparten alimentos; también se comparten experiencias, puntos de vista u opiniones.
Objetivamente, en cuanto a la forma, una mesa rectangular incorpora en su discurso diferencias. De hecho la relación proxémica de aquellos que ocupan la cabecera difiere con la de aquellos que ocupan los laterales. Concretamente, aquel ubicado en la cabecera cuenta con el privilegio de no toparse, mientras come, con ninguna individualidad vecina a sus costados y cuenta con la posibilidad de abarcar con la mirada a todos los comensales.

Jean Baudrillar en su libro "El sistema de los objetos", observa el concepto de objeto moralizante en un producto como la mesa familiar de principios del S. XX. Entenderlo como objeto moralizante es definirlo como portador de una ley, y otorgarle un lugar dentro del sistema discursivo que interactúa con el individuo. Asume un papel de objeto moralizante, ya que en su interacción física con el usuario le comunica una relación de espacios. Cada individuo mantiene una relación sintagmática respecto a los otros individuos. En este sentido, el objeto "mesa", opera como matriz gramatical. Si se trata de una mesa circular, cada individuo equidistará del centro sin diferencias, como se narra en la mítica leyenda de "Los Caballeros de la Mesa Redonda", donde el valor de cada individuo es el mismo. Cada Caballero en la Mesa Redonda contaba con iguales derechos de voz, a diferencia de las largas mesas cortesanas, donde el rey y la reina ocupaban las cabeceras (símbolos de poder) y la corte los laterales.

Lo que expresa Baudrillar al respecto de la mesa familiar, es que tal objeto responde a un discurso burgués; aquel que nació a partir de la revolución mercantílista, desplazó al feudalismo y luego a las monarquías, en el cual a su vez, el macro-contexto de las nuevas ciudades florecientes desplazó al micro-contexto del feudo, donde el verdadero poder se descentralizó y dividió en aquellos con recursos económicos. El concepto de familia como célula social (aunque no existía tal concepto en dicha época), necesitaba que existan diferencias marcadas entre los individuos y sus roles correspondientes en el sistema, el cual incorporaba las nociones de derechos adquiridos por el individuo. Sobre un objeto como la mesa, proyectado con éstas características, los usuarios interactuaban con un discurso tácito, el cual los adoctrinaba bajo determinados criterios. En el gestual de uso se asimilaban reglas que luego serían repetidas en otro contexto y no serian percibidas del todo ajenas.
Según Baudrillar "el sistema entero descansa en el concepto de funcionalidad. Pero funcional no califica de ninguna manera lo que está adaptado al fin, sino, lo que está adaptado a un orden o a un sistema: la funcionalidad es la facultad de integrarse a un conjunto".
Respecto a la mesa donde comemos, a la práctica del rito que significa y más allá del contexto y los términos de referencia que puedan ser utilizados para proyectar una futura conceptualización de tal objeto como representación simbólica de un arquetipo social presente o futuro, creo necesario como requisito tipológico, reconsiderar la capacidad de compartir los alimentos como verdadera manifestación de una virtud, antes que un patrón aprensible; y toda virtud necesita el desarrollo, antes que la normativización. Algo tan sencillo como obligar a sentir o estimular un sentimiento legítimo.


Gonzalo José Bartha


[1]El antiguo concepto de “familia cristiana tipo” (madre, padre, hijos) se vió modificado en su estructura constitutiva; acuñándose términos de familia monoparental (comúnmente madre, hijos bajo un mismo techo) y el de poliparental (madres, tíos, abuelos, hijos bajo un mismo techo).
[2] El triclinio era una estructura de manpostería cubierta por un colchón, almohadones y mantas; el cual servía tanto para descansar como para comer. En Roma, a usanza griega, se adoptó la costumbre de comer recostados sobre el brazo izquierdo con la cabeza hacia la mesa, accediendo a los alimentos con la mano derecha sin necesidad de cubiertos. En cada triclinio podían llegara caber hasta tres personas.